¿Por qué las mujeres van más al psicólogo?

¿Conocías este hecho? Las mujeres van más al psicólogo… Hace unos años, me encontraba realizando un curso de fin de semana que había sido convocado en el salón de actos de un hotel y me llamó poderosamente la atención que, de los cien compañeros que asistíamos, casi noventa eran mujeres. Puede ser que, al menos en parte, este hecho se explicara por cuestiones puramente azarosas, pero lo que sí se puede concluir sin miedo a equivocarnos es que existe una proporción mayor de mujeres que se dedican al desempeño de la psicología.

 

También es llamativo el hecho de que, en consulta, la mayor parte de las veces los pacientes son mujeres. Durante los diez años que me he dedicado al ejercicio de la psicología, casi siempre he tenido más pacientes mujeres que hombres. Sinceramente, no creo que este dato responda solo a cuestiones relativas al terapeuta.

 

Emotions, por Allfr3d

Emotions, por Allfr3d

 

Las mujeres, por regla general, no tienen tanto miedo a la hora de abrirse emocionalmente. Es más, incluso lo demandan. Esto no quiere decir que los hombres no necesitemos de igual forma sentirnos contenidos o comprendidos emocionalmente, simplemente que nos lo permitimos menos. A las mujeres, tradicionalmente al menos, se las ha venido educando para ser más responsivas a nivel emocional. La posición que más ha definido al denominado a menudo “sexo débil”, es la de esposas, madres o en definitiva, cuidadoras o personas que se hacen cargo de otras personas. Esto ya presupone, de entrada, colocar a las mujeres en esa posición de empatía o sintonía emocional con respecto a los demás. Por otra parte, también nuestra sociedad y la cultura en la que nos encontramos inmersos tienden a ser más permisivas en cuanto a que las mujeres expresen determinadas emociones, como la tristeza o la inseguridad. De hecho, a menudo estas emociones se han considerado más propias del sexo femenino. A los hombres, por el contrario, se nos ha tendido a censurar la expresión de dichas emociones por considerarse una muestra de debilidad en nuestro caso. De niños, muchas veces hemos tenido que escuchar mensajes como: “se un hombre”, “pero si no te has hecho nada, “no llores”,… Otras veces, sin decirnos nada, ya nos lo estaban diciendo todo. Si nos sentíamos mal pero no había nadie disponible afectivamente para consolarnos, tranquilizarnos o calmarnos, probablemente ya estábamos interiorizando algún mensaje como: “esto que siento no es importante o no lo debo sentir, y desde luego, no me debo permitir expresarlo”.

 

Por supuesto, que muchas mujeres han crecido recibiendo este mismo tipo de mensajes, al tiempo que se les inculcaba que debían estar disponibles para otros. Esto es contraproducente en un doble sentido, pues refuerza aún más el mensaje de que las emociones de los demás son más importantes que las de uno mismo. Si llevamos esta reflexión al terreno de las relaciones interpersonales y a la forma en la que nos vinculamos con los demás, también observaremos que, por regla general, las mujeres tienden a ser más pasivas en las relaciones y los hombres más dominantes. Qué duda cabe sobre que el delicado asunto de la violencia de género está muy teñido por la influencia de la sociedad y la cultura. A los hombres se nos ha tendido a validar más la expresión de la ira, a menudo de una forma poco adecuada. En cambio a las mujeres se las ha reprendido con frecuencia por mostrarse airadas. Parece que enfadarse, entra a menudo en conflicto con atender las necesidades de los demás.

 

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Como decíamos, crecer interiorizando el mensaje de que debemos ocuparnos en algún sentido de los demás, implica que con frecuencia tenderemos a anteponer las necesidades de los otros a las nuestras propias.

 

Podríamos decir que la empatía, al igual que la inteligencia emocional, son como músculos que se pueden desarrollar con el uso y la práctica. No usarlos o usarlos en exceso, implicará una atrofia o una hipertrofia de los mismos, según el caso. Muchos profesionales de la psicología hemos decidido dedicar nuestra vida al ejercicio de esta profesión precisamente porque, de alguna manera, crecimos ejercitando dichos “músculos”. Normalmente, son las propias circunstancias las que nos obligan a desarrollar estos recursos. Por ejemplo, si crecimos cerca de personas que sufrían o que necesitaban de una contención emocional, ya estaba presente un estímulo muy poderoso para estimular nuestra empatía.

 

¿Son sólo nuestra cultura y la sociedad en la que vivimos los factores que determinan todos estos aspectos? Pues probablemente no. Aspectos más biológicos como las diferencias entre cerebros y la evolución, han de jugar un papel importante también. Aunque los estudios son algo contradictorios, sí que se han venido observando diferencias anatómicas entre los cerebros de hombres y mujeres. Lo que no es tan concluyente es que se traduzcan inequívocamente en un mejor desempeño de unas tareas u otras, pero sí que existe consenso en cuanto a que las mujeres hacen un mayor uso del hemisferio derecho. Aunque las funciones se encuentran más o menos compartidas por ambos lados del cerebro, el derecho se corresponde más con las capacidades emocionales. Esto explicaría, entre otros aspectos, que las mujeres sean más empáticas por regla general. Sus cerebros están más predispuestos a conectar emocionalmente con los demás. Esto es clave, por ejemplo, para poder ejercer de forma adecuada el rol de madre. De esta forma, la biología influiría sobre la cultura y viceversa. Los hombres, por el contrario, usan más el hemisferio izquierdo (el racional). Tanto es así, que encontramos a menudo un porcentaje mucho más alto de pacientes masculinos que presentan rasgos de alexitimia (incapacidad para reconocer y verbalizar las propias emociones).

 

Aparte está la cuestión del prejuicio existente, aún a día de hoy, con respecto a acudir al psicólogo. A muchas personas no les gusta reconocer que lo hacen y temen ser tachadas de enfermas mentales o débiles. Para muchos hombres, el simple hecho de plantearse comenzar una terapia es algo inconcebible, pues han crecido recibiendo el tipo de mensajes que implican mostrarse fuerte en todo momento y ser resolutivo. El sexo masculino tiene una mente preferentemente enfocada en resolver problemas y aportar soluciones. El razonamiento sería el que sigue: «si necesito que otra persona me guíe o me ayude a resolver un determinado problema, yo no soy lo bastante fuerte, capaz o digno».

 

Las mujeres no tienen especial problema a la hora de abrirse y compartir emocionalmente. No se muestran tan pudorosas como los hombres con respecto a estas cuestiones. Hacer psicoterapia implica necesariamente ahondar en aspectos emocionales. De la misma forma que ha quedado demostrado recientemente que los hombres toleramos peor el dolor por tener un umbral más bajo para el mismo, también solemos mostrar una menor tolerancia a los afectos negativos. Esto nos convierte a menudo en peores enfermos y pacientes que las mujeres.

 

Como señalamos anteriormente, la elección de un trabajo que implica en algún sentido “cuidar” a otros, no suele ser azarosa, o al menos no debería serlo. Aparte de psicólogos, también médicos, enfermeros, asistentes sociales y otras profesiones, suelen ser muy vocacionales y estar desempeñadas con más frecuencia por mujeres. Antaño, estudiar una carrera era algo casi reservado a los hombres y vetado al sexo femenino. Una expresión más, sin duda, de la cultura machista. Estudios recientes revelan que siete de cada diez médicos son mujeres. Pensemos en esos médicos de familia a cuyas consultas acuden numerosas personas con problemas que responden a cuestiones de tipo emocional o psicosomático. En el momento que el paciente empieza a ventilar cualquier emoción negativa, el médico les corta enseguida diciendo algo así como: “tómese una pastilla de estas al día y vuelva dentro de tres meses”. Algunos médicos pueden tener mucho estómago cuando se trata de sangre y vísceras, sin embargo, al menor atisbo de emociones negativas es como si les saliera urticaria.

 

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Dentro de la psicología, de la escasa proporción de hombres que ejercen frente a las mujeres, una parte son homosexuales. Lo mismo sucede en las profesiones que hemos señalado más arriba. Esto quizás se explique por la idea, algo estereotipada quizás, de que los gays suelen ser más empáticos que los hombres heterosexuales, o al menos, tienen más facilidad para reconocer y contener emociones en otros.

 

A lo largo de los años, los roles de género han ido cambiando y tratando de equipararse. A pesar de esto, la experiencia nos demuestra que queda un largo camino por recorrer en cuanto a sentirnos del todo cómodos expresando nuestras emociones en cualquier contexto, sea psicoterapéutico o interpersonal. Quizás en un futuro próximo, la sociedad facilite el que tanto hombres como mujeres nos sintamos plenamente cómodos con nuestras emociones y que podamos desarrollar también una adecuada inteligencia emocional.

 

 

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4 comentarios
  1. M C CH
    M C CH Dice:

    Hoy comentaba esto mismo con una amiga y ahora esta lectura me ha confirmado lo que hemos hablado y me ha aclarado mas lo que pensaba.
    Muchas gracias por la informacion

    Responder

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