Celos patológicos

¿Quién no ha experimentado celos alguna vez? Es un sentimiento muy humano. Celos en una relación de pareja, familiar o incluso con respecto a algún compañero de trabajo. Al igual que sucede con el resto de sentimientos, es algo que resulta natural y sano, siempre y cuando ocurra en cierta medida, claro está. Cuando nuestra pareja se muestra un poco celosa, solemos recibirlo como algo agradable, pues esta actitud implica de alguna manera un interés hacia nosotros mismos.

 

Los celos pueden definirse como la inseguridad que experimentamos ante situaciones en las que sentimos que otra persona u objeto acapara parte de la atención o interés de alguien que nos es querido. De alguna forma, nos comparamos con esa otra persona u objeto y nos sentimos inseguros. En un sentido más general, podríamos resumirlo como sentir una amenaza con respecto a esa posesión, persona u objeto que nos es preciado.

 

En los celos pueden presentarse varias emociones solapadas a la vez. Por una parte el miedo, que sería lo más destacable. La ira, que siendo lo más visible, es secundaria al miedo y proporcional al mismo. Cuando el sujeto se siente amenazado o ve peligrar ese objeto valioso, saca la ira para tratar de preservarlo y protegerlo a toda costa. A veces también la tristeza ante la indefensión de no poder hacer nada con respecto a esa posible pérdida percibida.

 

Conviene distinguir los celos de la envidia. Aunque ambas puedan darse conjuntamente, en el primer caso tememos perder algo que consideramos una posesión, mientras que en el caso de la envidia, deseamos lo que no tenemos.

 

Celos patológicos

 

 

Cuando los celos se dan en cierta medida o de forma fundada, consideramos que son normales y que tienen un sentido útil. Si, por ejemplo, nuestra pareja flirtea descaradamente con otra persona o pasa demasiado tiempo con ese compañero de trabajo con el que congenia tanto, experimentaremos celos de forma más o menos justificada. Sin embargo, muchas personas sienten celos de forma exagerada y sin motivo aparente. Cuando los celos se dan en un grado en el que llegan a causar un malestar significativo o interferir en la vida de la propia persona y de su pareja, podemos hablar de celos obsesivos o de celotipia. La celotipia se considera una forma extrema en la que los celos se convierten en patológicos y enfermizos. Los sujetos que padecen este cuadro llegan a imaginar todo tipo de escenarios y situaciones relacionadas con infidelidades por parte de sus parejas. Viven obsesionados con la idea de que les engañan y revisan continuamente los movimientos del otro, ya sea comprobando cuentas de correo o teléfonos móviles.

 

Se ha hablado a menudo de que los celos tienen que ver con un sentido exagerado de posesión con respecto a la otra persona. Para mí, esto tiene que ver más bien con inseguridades de fondo. Las personas que son dominantes, absorbentes y posesivas, lo son a menudo desde la inseguridad. Los celos suelen presentarse casi siempre de forma inequívoca en personas con baja autoestima. En consulta, cuando exploramos con algún paciente los motivos que pueden subyacer a esta conducta, muchas veces el propio sujeto no es capaz de reconocer el origen de sus celos. Es el caso de las personas con algún grado de narcisismo. Siempre tienen que preservar una fachada de aparente perfección. Algunos llegan a construirla de forma tan sólida y convincente que viven en un continuo autoengaño. Cuando se les pregunta por las distintas áreas que pueden componer su autoestima (físico, inteligencia, habilidades sociales, profesión, etc), todas son sobresalientes. La pregunta que cabe hacerles por tanto es: “si te sientes tan bien contigo mismo, ¿por qué temes que tu pareja pueda preferir en cualquier momento a otra persona?”.Indudablemente, los celos conectan de alguna forma con la autoestima. Esto tampoco es decir mucho, pues hablar de autoestima es hablar de algo muy amplio y general.

 

Cuando los celos se dan en personas especialmente posesivas y dominantes, pueden llegar a generar situaciones en las que se de algún tipo de maltrato físico o psíquico. Aquí cabe señalar nuevamente lo que apuntábamos más arriba: el maltratador, al igual que el celoso, tiene invariablemente una baja autoestima y lo que hace no es sino proyectar en la otra persona sus propias frustraciones, inseguridades y carencias.

 

Como sucede en casi todos los motivos de consulta que trabajamos en psicoterapia, la raíz del problema suele tener mucho que ver con el vínculo que hemos tenido en la infancia con nuestras figuras de apego. La forma en la que nos relacionábamos con ese padre o esa madre va a explicar a menudo el tipo de vínculo que establecemos en el presente con nuestra pareja. Por supuesto, la propia autoestima, que como sabemos desde hace tiempo, se forja en los primeros años de vida y en relación con estas personas tan clave, derivará, entre otras muchas cosas, en que seamos personas más o menos celosas. Por ejemplo, si de pequeño se establecían a menudo comparaciones negativas con respecto a primos o hermanos, o si los propios sentimientos no eran debidamente atendidos, partiremos de una autoestima algo precaria que nos predispondrá probablemente a ser más celosos.

 

Si te interesa conocer algunas claves para mejorar tu autoestima, échale un vistazo a este otro artículo.

 

En algunos casos, los celos llegan a tal punto de obsesividad, que pueden cambiar y a distorsionar la percepción de la propia persona que los padece. Así, verá indicios inequívocos de engaño e infidelidad hasta en las más inocentes situaciones. En personas con rasgos paranoides, se añade además la desconfianza que suelen experimentar con respecto a los demás. El paranoide tiende a pensar que los demás están continuamente conspirando, que las personas en general no son de fiar y que a menudo albergan intenciones negativas hacia él. Esto nos lleva a otro motivo que puede suscitar celos: proyectar en los demás deseos conscientes o inconscientes. Sería algo así como el conocido refrán: se cree el ladrón que todos son de su condición. Cuando una persona ha cometido infidelidades o fantasea al menos con la idea de hacerlo, es frecuente que proyecte este deseo en su pareja, temiendo que en algún momento pueda sucederle a ella misma.

 

Otras personas han sufrido experiencias que les han marcado emocionalmente en este sentido, volviéndoles más susceptibles a sufrir la amenaza de los celos. Imaginemos a una persona que a lo largo de su vida ha pasado por repetidas situaciones de abandono por parte de padres, cuidadores, amigos, parejas, etc. El miedo a perder a la persona podría en estos casos conectar con esas experiencias del pasado y por las que el sujeto estaría especialmente sensibilizado. Para algunas personas, el pasar por este tipo de situaciones les supondría una especie de inmunización, como el efecto de una vacuna. Esto tiene que ver con el concepto de resiliencia, tan escuchado últimamente. En otras, por el contrario, iría haciendo cada vez más mella, convirtiéndose de alguna manera en un punto especialmente débil, o talón de Aquiles. El miedo a volver a pasar por este trance tan doloroso les tornaría en sujetos recelosos y suspicaces.

 

 

 

En algunos casos, aun sin haber vivido en primera persona un abandono o un engaño, hemos sido testigos de ello a través de un familiar o amigo. Esto puede también sensibilizarnos en algún momento de nuestras vidas en el que, por el motivo que sea, nos encontremos especialmente susceptibles. Así, mediante lo que se conoce como aprendizaje vicario (adquirido a través de la experiencia de otra persona de la que somos testigos), podemos fijar también estas inseguridades. De igual forma, si figuras importantes para nosotros, como nuestros padres y referentes, sembraron este tipo de ideas en nuestra cabeza con mensajes del tipo: “las mujeres no son de fiar”, “los hombres son infieles y promiscuos por naturaleza”, etc. creceremos siendo víctimas de estos miedos y sospechas.

 

Al margen de los motivos que pueden llevar a una persona a experimentar celos patológicos o exagerados, parece que estos se dan indistintamente en sujetos de ambos sexos. Desde un punto de vista evolutivo, los celos en hombres y mujeres se explican a través de la teoría de la inversión parental. Esta sostiene que las mujeres, en general, experimentarían más celos ante una infidelidad de tipo romántico y los hombres, por el contrario, de tipo sexual. En la naturaleza, la hembra tiene que poder asegurar la fidelidad por parte del macho, al menos durante un tiempo, pues es esencial para la crianza de los hijos. El macho, por su parte, necesita tener la certeza de que esa inversión que realiza en tiempo y cuidados van dirigidas a su propia progenie. Esta explicación lógicamente resulta muy general y se queda algo corta a la hora de explicar la cantidad de matices que se dan en una situación como los celos. Habría que añadir la propia idiosincrasia del sujeto, compuesta de sus valores, cultura, experiencias, gustos y atribuciones acerca de las cosas.

 

Cuando hablamos de celos patológicos es muy frecuente mencionar también la idea de profecía autocumplida. Este concepto, como su propio nombre indica, hace referencia a algo que tememos y que terminamos provocando nosotros mismos, al menos de forma inconsciente. El celoso obsesivo, con su actitud desconfiada constante, va generando desconfianza y recelo también en la otra parte, lo que a menudo derivará en problemas en la relación o incluso en ruptura. De esta manera e indirectamente, al celoso se le termina confirmando su expectativa negativa de partida, por lo que la actitud de recelo y de desconfianza resulta reforzada en último término.

 

Cuando hablamos de celos con mayúsculas, como es el caso de las celotipias, la persona que los padece debería plantearse acudir a terapia para trabajar el problema, de lo contrario los celos van minando la relación con el tiempo y se convierten en un escollo muy difícil de salvar sin ayuda. Desde el punto de vista de la persona que sufre al celoso, se recomienda mano firme con respecto a las conductas provocadas por los celos y la desconfianza. Una actitud asertiva y firme puede ser lo más conveniente en cuanto a las reacciones del celoso, al tiempo que se le contiene emocionalmente en esas inseguridades de fondo a las que nos referíamos antes.

 

En la práctica clínica, cuando trabajamos con pacientes que presentan celos, a menudo hacemos venir también a sus parejas a consulta para dotarles de pautas dirigidas al manejo de las reacciones que suelen derivarse habitualmente de los celos.

 

 

 

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